Hacía tiempo que no releía esta fantástica obra y después de una novela bastante buena, pero que tiene un montón de errores ortográficos, decidí darme el gustazo de volver a sumergirme entre los versos de este clásico. En edición de José Luis Gómez, de 1994 muy bien cuidada y anotada, he disfrutado de unas horas de maravillosa lectura... incluso recitando en voz alta.
Autor:
(de Los poetas)
José Zorrilla nació en Valladolid (1817). Su padre, José Zorrilla, era hombre de rígidos principios, absolutista y partidario del pretendiente don Carlos; su madre, Nicomedes Moral, mujer piadosa, sufrida y sometida al marido. Tras varios años en Valladolid, Burgos y Sevilla, la familia se estableció en Madrid, donde el padre ejerció con gran celo el cargo de superintendente de policía y el hijo ingresó en el Seminario de Nobles.
Estudió leyes en las universidades de Toledo y Valladolid (1833-36), con nulo aprovechamiento. Durante unas vacaciones se enamoró de una prima, a la que evoca en "Recuerdo del Arlanza", era éste el primero de una larga lista de amores.
Huyó de la casa paterna (1836), refugiándose en Madrid, donde la fama lo sacó súbitamente (1837) de una vida oscura y llena de privaciones: Zorrilla, un joven delgado y pálido, como lo han retratado varios contemporáneos, se reveló como poeta al pie del sepulcro de Larra, leyendo emocionadamente una composición en honor del suicida, cuando toda la capital se hallaba reunida en el cementerio para rendirle el último tributo.
Se casó con Florentina O’Reilly (1839), viuda bastante mayor que él y con un hijo. No fue el dinero el motivo de la boda, pues estaba arruinada. Aparte la edad, varias causas concurrieron a hacer infeliz el matrimonio: la antipatía del hijo hacia el intruso, las riñas entre mujer y suegra, la desaprobación del padre.
Viajó a Francia (1845), asistiendo en París a algunos cursos de la Facultad de Medicina y relacionándose con Dumas, George Sand, Musset y Gautier. Ese mismo año murió su madre, dejándole profunda melancolía.
De regreso en Madrid (1846), recibió varios honores dos año más tarde: se le nombró miembro de la Junta del recién fundado Teatro Español; el Liceo organizó una sesión para exaltarle públicamente; la Real Academia lo admitió en su seno, aunque sólo tomaría posesión en 1885. Pero la muerte del padre (1849) le causó un duro golpe: su progenitor se negó a perdonarle la huida y la boda, dejando un enorme peso en la conciencia del hijo. Por otro lado, le legó considerables deudas.
Huyendo de su mujer, se estableció en París (1851) y Londres (1853), a donde le acompañaron los inseparables apuros económicos. En París endulzó sus penas Leila, a quien amó apasionadamente. En tanto que en la capital británica hizo amistad con el famoso relojero Losada que le ayudó.
Embarcó, por fin, rumbo a México ( 1854-66), interrumpiendo su estancia allí para pasar un año en Cuba (1858). Llevó en aquel país una vida de aislamiento y pobreza, sin mezclarse en la guerra civil, que dividía a federales y unitarios. Cuando Maximiliano ocupó el poder (1864), Zorrilla se convirtió en poeta áulico y fue nombrado director del Teatro Nacional.
Muerta su esposa, regresó a España (1866), donde se le admiraba, pero se le creía superado. El fusilamiento de Maximiliano, abandonado a su triste suerte por el Papa y Napoleón III, le produjo una profunda crisis religiosa.
Casado de nuevo con Juana Pacheco (1869), siguió en permanentes apuros económicos, de los que apenas lograrían sacarle ni una comisión gubernamental en Roma (1873) ni una pensión nacional otorgada tardíamente.
Se hizo famoso dando recitales públicos y obtuvo numerosos honores entre los que sobresalen su nombramiento de cronista de Valladolid (1884) y su coronación como poeta nacional en Granada (1889).
Murió en Madrid (1893), tras una intervención quirúrgica para extraerle un tumor cerebral. Su entierro fue un gran homenaje de admiración.
Hay en la vida de Zorrilla algunos detalles de gran interés para comprender la orientación de su obra. En primer lugar, las relaciones con su padre. Hombre éste despótico y severo, rechazó sistemáticamente el cariño de su hijo, negándose a perdonarle sus errores juveniles. El escritor cargaba consigo una especie de complejo de culpa, y para superarla decidió defender en su creación un ideal tradicionalista muy de acuerdo con el sentir paterno. Dice en Recuerdos del tiempo viejo: "Mi padre no había estimado en nada mis versos: ni mi conducta, cuya clave él sólo tenía".
Importante es destacar su temperamento sensual, que le arrastraba hacia las mujeres: dos esposas, un temprano amor con una prima, amores en París y México, dan una lista que, aunque muy lejos de la de don Juan, camina en su misma dirección. El amor constituye uno de los ejes fundamentales de toda su producción.
No es ocioso preguntar, como tercer factor condicionante, sobre la salud de Zorrilla. A cierta altura de su vida, en efecto, se inventó un doble, loco (Cuentos de un loco, 1853), que aparece casi obsesivamente después. En Recuerdos del tiempo viejo habla de sus alucinaciones y sonambulismo. ¿Cuándo apareció el tumor cerebral y cómo afectó su comportamiento? Quizá el papel predominante de la fantasía en el escritor encuentre una explicación por este lado.
De su carácter ha dicho su biógrafo Narciso Alonso Cortés que era ingenuo como un niño, bondadoso y amigo de todos, ignorante del valor del dinero y ajeno a la política. Conviene resaltar, además, su independencia, de la que se sentía muy orgulloso. En versos que recuerdan a los de Antonio Machado, confesó que a su trabajo lo debía todo, y llegó a rechazar lucrativos puestos públicos por no sentirse preparado: "Yo temo -afirma en sus Recuerdos...- que nuestra revolución va a ser infructífera para España por creernos todos los españoles buenos y aptos para todo y meternos todos a lo que no sabemos".
Datos técnicos:
Autor: José Zorrilla
Editorial: RBA
Encuadernación: Tapa dura
Tamaño: 12,5 x 21 cm
Páginas: 139
Fecha de publicación: marzo de 1844 (1994 para esta edición)
ISBN: 9788447303403
Precio: 6.00 euros
Sinopsis:
La acción transcurre en la Sevilla de 1545, en los últimos años del rey Carlos I de España.
Primera parte (Transcurre en la noche del carnaval)
Hace un tiempo Don Juan y Don Luis Mejía habían hecho una apuesta doble, en la cual se trataba «quién de ambos sabía obrar peor, con mejor fortuna, en el término de un año» y «quien de los dos se batía en mas duelos y quien seducía a mas doncellas». La historia inicia un año después de esa apuesta, por lo tanto, Don Luis Mejía y Don Juan se vuelven a encontrar en la hostería del Laurel de Buttarelli, en Sevilla; donde comparan sus hazañas.
La apuesta se ha vuelto un gran escándalo en Sevilla, sin embargo, nadie sabe a ciencia cierta lo que sucede. Durante la noche, arriban a la Hostería del Laurel, propiedad de Butarelli, en busca de conocer a fondo los detalles de dicha apuesta.
Don Gonzalo, padre de doña Inés, la prometida de don Juan, se ha enterado de la apuesta, y va a la hostería a asegurarse de lo que ha oído. Igualmente don Diego, padre de Don Juan, quiere ver "el monstruo de liviandad a quien pude dar el ser".
Los rivales cuentan los muertos en batalla y las mujeres seducidas, al finalizar Don Juan queda como vencedor, sin embargo Don Luis lo vuelve a desafiar diciéndole a Don Juan que lo que le falta en la lista es «una novicia que esté para profesar», entonces Don Juan le vuelve a apostar a Don Luis que conquistará a una novicia, y que además, le quitará a su prometida, Doña Ana de Pantoja.
Don Luis, ante las palabras del otro, envía a su criado, Gastón, a avisar a la justicia; mientras que don Juan hace lo mismo con Ciutti.
Al oír el desafío, el comendador Don Gonzalo de Ulloa, padre de Doña Inés, que llevaba en un convento desde su infancia y estaba destinada a casarse con Don Juan, deshace el matrimonio convenido.
A la hostería llegan dos rondas de alguaciles que ponen bajo arresto a los dos nobles.
Don Luis logra salir de la cárcel y va con doña Ana para suplicarle que se mantenga firme ante Don Juan, que irá tras ella. Don Juan también sale, y en la calle de la casa de Doña Ana, hace encerrar a don Luis. Luego, conversa con Brígida, la beata comprada del convento, que le explica como entrar en el convento sin ser visto.
La última acción de Don Juan, para asegurar la apuesta, es llamar a Lucía, la sirvienta de Doña Ana, para pedirle que abra las puertas de la casa a cambio de dinero y a las diez de la noche. Lucía accede.
En tanto, Doña Inés lee una carta de Don Juan, en la que declara abiertamente su amor hacia ella. Cuando ha concluído, Don Juan penetra en la celda, lo que provoca que se desmaye. Don Juan la toma y la lleva a su casa. Don Gonzalo llega tiempo después, a contarle a la madre abadesa que la dueña de Doña Inés está comprada, y teme por su bienestar. Aparece entonces la hermana tornera, anunciando la desaparición de Doña Inés.
En la casa de Don Juan, doña Inés cae en las redes del galán. Unidos por su amor, están dispuestos a todo. En ese momento, llega Don Luis, que quiere matar a Don Juan. Casi después, llega Don Gonzalo, con gente armada. Don Juan manda a Don Luis a una habitación contigua para que espere.
Don Juan se humilla ante Don Gonzalo suplicando que le conceda a su hija a cambio de pruebas que él mismo dispone. Don Gonzalo se niega. Don Luis sale del cuarto y trata de aliarse con el comendador para matar a Don Juan, pero finalmente resulta ser éste último el matador, dándole un balazo a Don Gonzalo y una estocada a Don Luis.
Don Juan huye de Sevilla en un bergantín hacia Italia.
Segunda parte
Cinco años después de la acción anterior, Don Juan vuelve a Sevilla y realiza una visita al panteón de la familia de los Tenorio, donde están enterrados Don Luis y El Comendador. Admirando las estatuas, don Juan descubre un sepulcro inesperado, el de doña Inés (que muere de pena al comprender que Don Juan y ella jamás podrán estar juntos a pesar de amarse profundamente el uno al otro).
Llegan al lugar Centellas y Avellaneda, la presencia de estos dos viejos amigos hace que don Juan los invite a su casa a cenar. También invita al Comendador, aunque sabe que ha fallecido. Más tarde mientras se encuentra cenando, suena un aldabonazo y hace su aparición el espectro del Comendador que acude con el objetivo de conducir a Don Juan al Infierno. Sin embargo Doña Inés intercede y logra que ambos suban al Cielo entre una apoteosis de ángeles y cantos celestiales.
Mi opinión:
¿Qué voy a decir? Que he disfrutado la lectura, esta vez en casa, tranquilamente, y en voz alta, tratando de declamar como lo harían los actores en el teatro. Siempre me ha gustado el teatro en verso y por eso de vez en cuando releo alguno de los clásicos.
Cuenta el editor que se ha basado fundamentalmente en las dos primeras ediciones y ha actualizado términos a los usos de finales del siglo XX y corregido muchas faltas de ortografía que había en el texto origina. La ortografía está adaptada al momento en que fue editado, por lo que ahora habría faltas en esta edición también, por los múltiples cambios que ha hecho la RAE en los últimos tiempos. Muy pulcra la edición, muy cuidado el lenguaje y bien anatada la obra.
Muy, muy recomendable, como todos los clásicos de la literatura.
Errores, gazapos y otras cosas:
Nada
No he leído este gran clásico pero si vi la representación teatral. Por casa de mis padres hay un ejemplar bastante antiguo, a ver si algún día lo leo.
ResponderEliminarBesos
Seguro que te vas a divertir, tanto como viendo la obra... Gracias y besotes...
EliminarClásico entre los clásicos de la literatura española que yo no he leído jamás.
ResponderEliminar¿Y a qué estás esperando? jajajaja
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