Estos días estamos siendo "invadidos" por una multitud de jóvenes católicos venidos de todo el mundo con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebra en Madrid desde ayer y hasta el domingo. El plato fuerte es la visita del Papa Benedicto XVI a partir de las 12,00 de mañana. Esta JMJ ha tenido y tiene su punto de polémica al conocerse algunos datos, como el coste presupuestado de 50,5 millones de euros, que visto así parece excesivo teniendo en cuenta la asfixiante crisis que vivimos. Luego está la medida tomada por el Consorcio Regional de Transportes que ha decidido aplicar a los peregrinos un descuento en los billetes de un 80%, cosa que indignó aún más a los "indignados" -y valga la redundancia- del 15M, movimiento que por mucho que nos estén vendiendo que sigue vivo, ha quedado en unos cuantos ocupas, antisistema y vividores, acompañados de idealistas que todavía creen que saldrá adelante. Estos "indignados" decidieron animar a la gente a que se cuele en el metro. ¡Pero si eso está a la orden del día! Rara es la ocasión en que subo en el metro y no me encuentro con alguien que salta el torno ante la pasividad de los guardias de seguridad, o sea, que no creo que la medida tomada por esta gente sirva de algo. Yo tampoco estoy de acuerdo con que los peregrinos paguen menos que los demás, pero eso no quiere decir que me salte a la torera las normativas y las leyes. No sé, porque no estoy siguiendo la Jornada, si están haciendo ruido y molestando a los peregrinos, pero me parece que hacen un flaco favor al movimiento que dicen representar, porque, queramos o no queramos, este país tiene entre sus habitantes una importantísima mayoría absoluta de católicos que, aunque les fastidie el gasto, quieren que esta visita salga bien y que pagan sus impuestos y quieren aportar una parte de ellos al sostenimiento de la Iglesia.
Dice la Conferencia Episcopal que el coste será sufragado por las aportaciones de empresas, los peregrinos y las donaciones, y que no supondrá un gasto extra para las administraciones públicas. Sin embargo, hay quien habla de costes no presupuestados que sí estarán directamente a cargo de las arcas púbilcas. De hecho, el citado descuento en los billetes de metro es un coste o menor ingreso que corre a cargo de las arcas públicas. El caso es que la Conferencia Episcopal también afirma que el resultado a favor de las administraciones públicas podría ser de unos 100 millones de euros. No cabe duda de que la presencia de, según afirman, un millón de peregrinos, cuesta dinero, pero también lo genera. ¿Cuánto? No lo sé. No podemos saber cual es el nivel de consumo de estos jóvenes que seguramente se han dejado sus ahorros en el viaje, se alojan en su mayoría en pabellones deportivos -algunos con más poder adquisitivo se alojan en hoteles- y en cualquier otro lugar que no les cueste dinero. Anoche, por ejemplo, cientos de ellos cenaban porciones de pizza de una conocida franquicia en la calle. Tal vez este tipo de comercios sean los que consigan cierta ganancia con la visita de los peregrinos. No son molestos, no hacen destrozos, no pintan fachadas ni llenan de carteles los escaparates o los monumentos públicos. Recogen y limpian la basura que generan, y verlos pasar en pequeños grupos de veinte o treinta no sólo no resulta molesto, sino que consigue sacarte una sonrisa. En Pinto hay veintitantos autobuses, con lo que debe haber cerca de dos mil y nada raro ha pasado hasta ahora. Aunque no seas creyente, como yo, aunque te importe un pito el Papa y todos sus adláteres bien comidos y bebidos, como yo, aunque prefieras que trabajen en otra cosa y después prediquen, y que el estado español, laico y aconfesional según su Constitución, no financie sus sueldos y dedique ese dinero a cosas más importantes.
Por otro lado, en la parte que se refiere a la visita de Benedicto XVI, es un jefe de estado, y como tal hay que tratarle y recibirle, y gastar lo que haya que gastar, con las peculiaridades de que este hombre requiere una mayor seguridad que cualquier otro mandatario de otro pais, por lo que significa para millones y millones de personas católicas en todo el mundo. Y por supuesto, aunque a mí me importe un rábano este señor, hay mucha gente que sí está deseando que venga, verle y si puede, tocarle. ¿Es tan grave eso? ¿Son suficientes 50,5 millones de euros para sacar a España de la ruina en la que está y quitar esta ilusión a la gente? Sinceramente, creo que no. El Barça ha pagado 40 millones de euros por Cesc Fábregas y no he visto indignados en torno al Camp Nou, sino miles de entusiastas por ver a su ídolo. El Real Madrid está dispuesto a pagar 45 millones de euros por un jugador de 19 años que no ha empatado con nadie todavía y no he visto indignados increpar a Florentino Pérez, sino miles de madridistas deseando que venga el jugador. Y es que, aunque estos clubes sean privados, al final, como ha pasado en otras ocasiones, acaban debiendo dinero a Hacienda, Seguridad Social, etc., y se refinancian o se condonan las deudas, con lo que estos fichajes los pagamos los españolitos con nuestros impuestos. Así que, aunque no me guste la visita del Papa, aunque no me guste el dispendio, sinceramente, y por la alegría de muchos españoles, bienvenidos sean el Papa y los peregrinos.
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