José María Sanz "Loquillo" tiene cincuenta y cuatro años. Ha pasado por todas las fases por las que un artista puede pasar, incluso no el coqueteo, sino el uso abierto y exagerado de las drogas. Pero llegó un momento en el que se planteó que para ser un artista hay que hacer las cosas bien, de un modo profesional y entregando todo al público.
Eso es lo que anoche pudimos ver en el Auditorio del Parque Juan Carlos I de Pinto. Nada de concesiones a la galería, salvo el protagonismo puntual concedido a los miembros de una banda realmente importante que le acompaña. No hay lugar para la improvisación, no hay charlas ni monólogos innecesarios, porque la protagonista es la música. Un detalle es que no saludó al público hasta la media hora de concierto, y fueron muy pocas las veces en que conectó con la gente hablando. No pidió que la gente cantara, porque esa gente sabía cuándo tenía que cantar, que era siempre, en cada uno de los segundos que duró el espectáculo.
Durante la hora y tres cuartos que duró el concierto fue desgranando una a una su canciones más conocidas y emblemáticas, subiendo la intensidad hasta culminar con el "Cadillac solitario". No hubo bises, porque Loquillo lo quiere así. ¿Para qué pedir más cuando ya te han dado todo? El show consta de un número de canciones y se acabó. Así es de rotundo en esto también, como en todo lo que hace este José María Sanz que se ha convertido en uno de los grandes del rock de este país por méritos propios.
La banda es muy buena, sin ningún género de dudas, capitaneada por un gran guitarrista, Jorge Stinus, ya muchos años con Loquillo y su mano derecha durante los últimos tiempos. Y de Loquillo, ¿qué decir? Quienes estuvieron anoche en el Auditorio pudieron comprobar que se entrega desde el minuto uno hasta el final y que puede o no gustarte, pero nadie puede dudar de su profesionalidad y buen hacer. Sin duda, el concierto del año en Pinto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario