Dedicado a mi "anchoa" y a su madre ausente
La vida tiene muchas cosas, momentos malos y buenos, horribles y maravillosos. Unas veces nos golpea con violencia y otras nos acaricia la cara con suavidad y dulzura... La vida es así, un ciclo que, como aprendíamos en el colegio, está formado por cuatro verbos: nacer, crecer, reproducirse y morir. Morir... el momento más terrible, menos deseado. Un instante y todo termina: sufrimiento, alegría, tristeza, risa, llanto. Llanto... llanto y silencio, y amargura, y sentimiento de culpa por quedarnos aquí. Creo que todos me entenderán.
Por suerte he pasado muchas veces por esto. Y voy a explicar por qué. El hecho de que se vaya un ser querido es porque lo tienes, y yo tengo la suerte de haber tenido y tener muchos seres queridos y que me quieren. Por eso es más habitual y fácil vivir momentos como estos. Momentos duros y llenos de emoción que de vez en cuando vienen a truncar la alegría, pero que vivimos juntos como un único ser. Un único ser al que arrancan un pedazo pero sigue adelante curando heridas y haciéndose más fuerte.
En el último fin de semana he podido sentir estas emociones y he comprobado la fuerza de la unión de mi familia, de mi gente, una vez más. Y he visto como sí, la vida ha sido cruel y nos ha arrancado a una de las nuestras, un órgano importante para el funcionamiento del ente que formamos entre todos, que nos ha dejado una herida profunda y dolorosa. Pero a la vez he podido comprobar como nuevos órganos jóvenes y fuertes, nuevas generaciones en la familia, se unen y aplican en sanarla cuanto antes. Como en Fuenteovejuna, "todos a una". Jóvenes y mayores, veteranos y noveles, sintiendo juntos, llorando juntos...
Llorando juntos. Todos menos yo, porque después de haber pasado por esto muchas veces, nunca lo consigo, y esta vez tampoco. Quiero llorar y no sé hacerlo. Alguna vez una lágrima resbala por mi cara, pero solo una. La angustia, el dolor, la rabia, se quedan dentro porque no hay torrente salado que las arrastre para poder sentirme mejor. Y no es porque sea más duro que nadie, no. Es eso, lo de siempre, lo que me hace pasarlo mucho peor de lo que mi cara o mis gestos indican. Y por eso pido perdón a los que se han ido y a los que me han visto. No soy tan duro, es que, aunque os parezca mentira, no sé llorar.
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