Viviendo con el cambio de hora

Esta madrugada, a las tres de la mañana, había que retrasar los relojes una hora para adaptarnos al horario de invierno. Dicen los entendidos que se hace para ahorrar energía, aunque no sé si realmente hoy en día el ahorro será significativo. Hace treinta años, cuando muchas empresas cerraban a partir de una determinada hora, es posible que el ahorro fuera importante, pero hoy en día que las empresas funcionan cada vez más las veinticuatro horas del día y trescientos sesenta y cinco días al año, no parece que ese ahorro sea tan importante. Pero doctores tiene la iglesia...

El caso es que uno no suele esperar a que lleguen las tres de la madrugada para hacer el cambio, sino que lo hace antes de acostarse o por la mañana al levantarse. El caso es que anoche me puse a ello y empecé con mi reloj de pulsera, que es el fundamental, el que miro siempre. Después, cuando empecé a moverme por la casa para cambiar la hora de todos los relojes -¡hay que jo... con la cantidad de relojes que puede haber en una casa!- y finalmente decidí dejarlo para esta mañana. Porque está el reloj del horno, uno en la pared de la cocina, uno por cada televisor, el del grabador de DVD, el del equipo de música, el ordenador, los móviles, los despertadores, el de la radio, el, ereader, los que andan desperdigados por todas las mesas o estanterías... ¡Si me pongo a hacerlo anoche, todavía estoy con ello! Y menos mal que algunos dispositivos tienen la función de adaptarse al horario que toca, que si no...

El caso es que hoy es una hora menos, o más, que uno no se aclara nunca, y a eso de las siete de la tarde será casi de noche. Llega el invierno, el frío, y dentro de nada, los villancicos y los turrones. Y es que los tiempos avanzan que es una barbaridad, aunque nos obliguen a atrasar una hora nuestros relojes...