Que conste que Jimmy Giménez-Arnau no es santo de mi devoción, como no lo es ninguno de los personajes que aparecen en los programas de televisión llamados "del corazón" poniendo a parir y sacando las tripas de cualquiera sin ningún miramiento. Pero como mala gente, supongo que no son, hacen cosas buenas en su vida. Jimmy escribe habitualmente en el diario MARCA, y en la última página aparece los sábados una sección que se llama "Estrellas y estrellados", donde nos habla de una estrella y un estrellado de la semana. En esta ocasión, la estrella ha sido Raúl González Blanco. Y en estos tiempos de cambio en el Madrid, tras la confirmación de que José Mouriño será entrenador del club blanco la próxima temporada, supongo que se vuelve a especular si el nuevo "mister" contará con él o si por el contrario, al igual que su compañero de fatigas Guti, emigrará a un "cementerio de elefantes" donde le llenarán los bolsillos pero no su mabición. Y supongo que por eso, Jimmy Giménez-Arnau ha escrito estas bonitas palabras que transcribo literalmente porque suscribo todas y cada una de ellas:
Ha llegado casi al límite de lo heroico. En silencio, sin esconderse. Y hay que ver las cosas que se han dicho de su sentido del honor profesional, de su resistencia pasiva frente a lo grotesco. Pero Raúl, cuya mirada de lobo aguanta y entiende lo que le echen, esquiva la incertidumbre y tiende puentes entre el millar de éxitos que ha conseguido con hombría y la oleada de verdugos que se aproximan para cortarle las piernas. Sabedor de que se enfrenta a tiempos difíciles, aparta halagos, traga baúles, pone cara de sordo ante las injusticias y jamás crea un problema al club al que ha dado lo mejor de sí. De ser sacerdote, estarían a punto de canonizarlo. Y de ser militar, caería desplomado sobre el suelo por el peso de sus medallas.
Raúl equivale a un ejemplo impresionante. Su divisa, sacrificio y humildad, cotiza al alza en los cinco continentes. Se priva de todo para estar constantemente en forma, como aquel soldado que regresaba al frente sin cesar, guiado por su olfato de perro de guerra y con la exacta puntualidad de un reloj de pared. Y apenas luce un par de taras, si puede llamarse tara a no saber rendirse o a carecer de ilusión por cambiar de panorama. Es leal a tope a sus convicciones y sus principios. Lo de entrar en pública subasta no va con él. Quizá piense que, de hacerlo, acabaría valiendo menos que pelo de puta.
Al capitán del Madrid la pólvora de feria le atrae siempre que no haya de plantar sus raices en otro idioma y otra tierra. Los ambientes familiares autóctonos le tienen monopolizado. El foro es su fortificación preferida y en él se hace inexpugnable. Sus puntos cardinales son inamovibles. Al norte limita con el Bernabéu, al sur con Mamen, al este con sus hijos y al oeste con sus padres. Y en tanto el motor diésel de su corazón resista, no venteará sus sueños en otro lugar ni durante más de un año. Para mí que anda enganchado con La Cibeles. Un buen alcalde mandaría esculpirle una estatua junto a la diosa. La pose que reflejaría Raúl para tal acontecimiento figura en la memoria colectiva. Adivinarla resulta bastante fácil: Raúl mandando callar -esta vez estáticamente y en pleno centro de la capital- a todo el Camp Nou.
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