miércoles, 6 de abril de 2011

La chica de los mil pares de zapatos

Me levanto muy temprano. Subo en el último vagón y ocupo el mismo asiento de todos los días. Abro mi libro y comienzo mi aventura diaria, ahora en la Antigua Roma, ahora en el Espacio... Pasa el tiempo y el tren se detiene en las estaciones y continúa su camino como siempre, y como siempre, en la misma estación de cada día, sube y se coloca frente a mí. Es alta, delgada, morena, muy hermosa, con grandes ojos negros y una preciosa sonrisa. Todo se desvanece, las letras se deshacen en las páginas de mi libro y sólo puedo pensar en ella, mirarla de reojo, soñar que me atrevo a abrir la boca para decirle...

Pero no me atrevo, un día más mis ojos viajan disimuladamente de sus ojos a sus pies recorriéndola despacio, con deseo y amor a la vez. No puedo apartar mis ojos ni mi pensamiento de ella, de sus ojos, su pelo, su piel... Hasta que el tren para en su estación y se marcha, y mientras sube las escaleras vuelvo la vista para saborearla por última vez hasta que se pierde y lo último que veo son sus zapatos, cada día distintos, haciéndola mas bella si cabe, y cuya imagen se queda clavada en mi retina para hacerme volar hacia el lugar secreto donde ella los guarda, un santuario de una diosa que mima sus joyas para que brillen y la hagan brillar.

Sí, me he enamorado, y aunque sé que jamás seré capaz de decirle nada, para mí, ella es mi chica, la chica de los mil pares de zapatos...

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